Núcleos y catálisis en "Los Amigos"

Consigna: incorpore al menos tres catálisis en el cuento “Los amigos” de Cortázar (una que sea un diálogo, las otras descripciones). Justifique en un texto aparte su expansión. A su vez, considerando lo que dice también Barthes en torno de los núcleos, esto es, que “la supresión de uno de los núcleos produce la alteración de la historia”, modifique alguno de esos núcleos en el cuento “Los amigos” de Cortázar de modo que la historia cambie
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    En ese juego todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Bel­trán recibió la información pocos minutos más tarde. 

-Mozo. Llamó Beltrán al hombre que justo pasaba junto a él.

-Si señor-respondió el camarero- ¿la cuenta?

-Si, por favor. Rápido

     Tranquilo pero sin perder un instante, salió del café de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mientras se bañaba en su departamento, escuchando el no­ticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro, un día de mala suerte en las carreras. En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenía ninguna importancia y en cambio había que pen­sar despacio en la cuestión del café y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer en ciertas informaciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos la torpeza de la orden le daba una ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a en­contrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salía bien evitaría que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejaría de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos hacían las cosas como era debido —y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él mismo— todo quedaría despa­chado en un momento. Volvió a sonreír pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público para informarle de lo sucedido.

Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo. Se observo a si mismo detenidamente por unos minutos, como si su cabeza le estuviera decantando toda la información de repente; sabía que era el indicado para esta tarea. Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en orden. Los gallegos del garaje le tenían el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del café lo vieran. De cuando en cuando apretaba un poco el acelerador para mantener el motor caliente; no quería fumar, pero sentía la boca seca y le daba rabia. La ansiedad le ganó, y encendiendo el primero cigarrillo del nuevo atado se dispuso a tararear la canción que sonaba en la radio del auto.
         A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda. Exactamente en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la ventanilla. Tal como había previsto, Romero lo vio y se detuvo sorprendido. Beltrán le grito desesperadamente que se arrojara al suelo inmediatamente, sacó su arma y le disparo a un joven pálido y delgado que salía de un callejón oscuro con un revólver. La primera bala le dio entre los ojos, después Beltrán tiró al montón que se derrumbaba. El Ford salió en diagonal, adelantándose limpio a un tranvía, y dio la vuelta por Tacuarí. Manejando sin apuro, el hombre, que ya necesitaba otro cigarrillo urgente, volvió a sonreír imaginando la cara de Numero uno.

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Explicación de los cambios

Para introducir las catálisis, elegí primero agregar un dialogo muy breve entre cliente y mozo como para darle un tono más real a la acción, o más cotidiana. Pedís la cuenta rápido, y ahí salís.
La escena del espejo me pareció interesante cuando la leí, como que sentí que mirarse al espejo es una acción muy rica para meter algo más. De ahí el mirarse a uno mismo como con motivo de auto convencerse de que lo que se esta por hacer es lo correcto, o para darse apoyo a uno mismo. Por último, en la escena de la espera en el auto me pareció que tararear o cantar lo que escucha en la radio aparenta que el personaje está relajado o que intenta tranquilizarse.

Por otro lado, introduje un núcleo que cambió el desarrollo de la historia y por ende el final también. Yo, en la historia original, interpreté que Beltrán era el nombre de este supuesto "Numero 3", a quien le fue encargado asesinar a Romero. Al reversionarla, Beltrán es en realidad su salvador, ya que tiene la información del planeado asesinato y recurre a la escena de los hechos para impedirlo.

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