El cheque maldito- cuento propio

 Juan Cruz Scalzi

Consigna: Probar de tomar la historia oral y contarla "desordenada": usar 2 flashbacks (retrospecciones) + 2 anticipaciones (prolepsis) + 1 pausa y 1 elipsis.

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El último rayo de sol se escondió cuando el reloj de la pared dio las 19:30 horas. Miguel se sobresaltó cuando su teléfono celular sonó avisándole de un mensaje de Whatsapp. Tenía el volumen muy alto, así podría escuchar bien cuando alguien lo llamaba. Cuando revisó, era un mensaje del grupo familiar, donde a esa hora se solía mandar algún que otro chiste o vídeo político.

Miguel es dueño de una mueblería de Comodoro Rivadavia, una ciudad muy ventosa situada en la costa del Golfo San Jorge, en la Patagonia Argentina. "Armar muebles" es su negocio desde hace ya varias décadas. Repleto de sillones, mesas, escritorios y camas, el hombre pasa todas sus tardes atendiendo clientes que buscan artefactos nuevos para su hogar o comercio. El horario de cierre es a las 20 hs pero si no hay nadie que entre, a las 19:45 ya esta cerrando las persianas. Sin embargo esa tarde, se dispuso a ordenar su escritorio ya que hace un tiempo que no lo hacía. Al abrir el segundo cajón de abajo, revolvió entre las cosas hasta que encontró un gran recuerdo que lo dejó perplejo. En ella estaba él, muy joven junto a su amigo Carlos Oyarzún limpiando una antigua maquina de escribir marca "Olivetti" en donde Miguel trabajó luego de terminar sus estudios. De repente, comenzó a recordar sus andanzas de la juventud.

En una fría mañana de 1975, Miguel se despertó asustado por un sueño feo. Al levantarse, se colocó una camisa blanca y un pantalón de gabardina negro. Se calzó unos mocasines y se dirigió a la cocina, donde su hermana Mercedes estaba preparando café con tostadas. Su sobrino Gonzalo le arrojaba pequeños copos de cereal a modo de chiste, era un chico de apenas cuatro años pero muy travieso.

Al terminar su café y darle el ultimo mordido al pan untado de manteca, saludó a su familia y subió a su auto en dirección al trabajo. Cuando estacionó fuera de la filial chubutense de Olivetti, su amigo Carlos lo esperaba en la entrada. Si bien le llevaba muchos años más, era un buen tipo y muy experimentado,

Tengo algo que contarte Miguelacho, una propuesta. Soltó Carlos al verlo bajar del auto.

¿Que paso Carlitos?. ¿Ya andás armando planes raros?. Y eso que son las ocho de la mañana!respondió Miguel.

Decidí que voy a pedir el retiro. Ya tengo varios años encima y es buena plata la que me dan. Además me ofrecen productos de la marca para armar mi propia agencia, ¡mi negocio! ¿Entendés lo que es eso?. Acompañame, abramos la agencia juntos.

¿Vos estas loco hermano?le respondió sorprendido — yo no tengo un peso para aportar. Solo tengo mi auto, y nada más.

Eso lo vemos después hermano! Yo pongo la plata, vos el laburo.

Miguel le contestó que lo pensaría. Mientras se sentaba en el escritorio de su oficina y miraba los pedidos de las demás sucursales patagonicas de la empresa, la idea le daba vueltas en la cabeza. Siempre le habían gustado los desafíos y esta era una oportunidad enorme aunque significara sacrificar algunas cosas propias de la relación de dependencia, como su sueldo fijo cada mes y la tranquilidad de la estabilidad laboral.

Los días pasaron y finalmente los dos hombres se unieron para abrir su propia agencia donde vendían maquinas Olivetti. Habían conseguido un local financiado a un año o dos. Pero con el tiempo Carlos le propuso a Miguel abrirse a nuevos mercados ya que no les alcanzaba solo con un producto especifico.

Escuchame Carlos. Yo traté mucho con gente de acá de la provincia y también de Santa Cruz. Puedo hablar con ellos porque creo que también venden muebles de oficina y esas cosas. Nos tiremos el lance. sostuvo Miguel.

Así es como él comenzó a hacerse cargo de las negociaciones con solo veinticinco años. Los contactos que había hecho en sus viajes por el sur visitando proveedores le sirvió para agregar mas artículos a sus folletos y catálogos de venta. Lo que nunca imaginó es que también vinieron junto a los nuevos negocios, los cheques, ordenes de pago, impuestos y cuestiones contables de las que ellos nunca se habían hecho cargo. Cada vez que llegaba uno nuevo, Miguel no podía dormir de noche pensando en disponer del dinero, y si conseguía hacerlo, el maldito cheque se le aparecía hasta en los sueños.

El primer año fue muy difícil pero luego todo se fue encaminando. Consiguieron la confianza de los proveedores, se hicieron su clientela y el banco se amigó con ellos. 

Por un momento Miguel, aun con su vieja foto en la mano, recordó a Carlos y se preguntó que será de su vida. En un momento su sociedad llego a fin y cada uno emprendió su nuevo negocio por separado. Un nuevo mensaje de Whatsapp lo alertó de nuevo y el hombre regresó al presente de un salto. Esta vez, era su hermana Mercedes invitándolo a comer unos bifes a la plancha, su comida favorita.

Uf, cuanto tengo para contarle a la negra se dijo a si mismo mientras aceptaba la invitación.

Volvió a colocar la vieja fotografía en el segundo cajón de abajo, pero esta vez mas visible para poder tenerla a mano. Ya se habían hecho las 20:15 así que ya estaba más que sobrado de tiempo para bajar las persianas del negocio. 

Al salir, paso por la vinería a comprar un buen Malbec antes de dirigirse finalmente al departamento de su hermana y contar en voz alta su historia de juventud.


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