Disfraz de Kelper- cuento propio
Juan Cruz Scalzi
Consigna: Elegir una de las fotos que encontraron del archivo familiar/personal: Contar un cuento en el que la foto sea el testimonio de un secreto inconfesable.
Luis, mecánico electricista de la IX brigada aérea fue citado por su superior, el Comodoro Miguel Juárez, a las 8 de la mañana en su despacho. Esto era extraño, ya que rara vez debía presentarse a trabajar un sábado. Pero lo que realmente lo sorprendió fue que le pidieron que llevara todos sus artefactos, recuerdos y objetos relacionados a su participación en el Conflicto del Atlántico Sur, la guerra de Malvinas, finalizada tres años antes.
Luis pasó los 15 minutos que le tomaba llegar desde su casa al cuartel pensando para qué querrían estas cosas tan personales, pero como buen trabajador militar se limitó a obedecer.
Consigna: Elegir una de las fotos que encontraron del archivo familiar/personal: Contar un cuento en el que la foto sea el testimonio de un secreto inconfesable.
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Corría noviembre del 85, y la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal ya preparaba la sentencia que condenaría a nueve militares de las tres fuerzas armadas del país, entre los que se encontraban Videla, Massera y Galtieri, por delitos de lesa humanidad y graves violaciones a los Derechos Humanos en el marco del denominado Proceso de Reorganización Nacional.
Sábado 9 de Noviembre de 1985. Cuartel central de la IX Brigada Aérea,Comodoro Rivadavia.
Luis pasó los 15 minutos que le tomaba llegar desde su casa al cuartel pensando para qué querrían estas cosas tan personales, pero como buen trabajador militar se limitó a obedecer.
Una vez dentro de la oficina de Juarez, el hombre notó que no era el primero que se sentaba en esa silla, ya que el escritorio estaba repleto de fotos, papeles y cartas.
- Bueno, Luis — dijo el Comodoro — hagamos esto fácil y sin mucha vuelta. Desde la Capital me están pidiendo que reuna todo testimonio que tenga que ver con lo que hicieron ustedes en Malvinas, no quieren que se les escape nada. El juicio tiene que salir antes de fin de año si o si.
- Acá te dejo todo - respondió el hombre- pero no sé de que te puede servir, son solo algunas fotos que nos sacamos con los muchachos. Me gustaría conservarlas, muchos murieron en combate, otros no sé si lograron volver a sus provincias. Ah, y también hay un par que se tiraron desde la ventana del hospital por no soportar el trauma.
- Quédese tranquilo Luis. Después le devuelvo todo, no se preocupe. Necesito que me diga que hacían en estos momentos de las fotos. Todo lo que recuerde.
Si bien le seguía dando vueltas en la cabeza por qué debía dar tanta minucia sobre sus momentos personales de descanso, que recordaba con mucha emoción y felicidad a pesar de la circunstancia horrible del conflicto, entendió que era su deber con el Estado y prosiguió a detallar lo que recordaba sobre sus tareas en la Isla Soledad.
El momento más tenso vino cuando el superior señaló la última foto de la pila, que solo parecía una reunión amena entre cuatro compañeros en la desolada y helada meseta malvinense. Luis no figuraba en ella, ya que había sido quién la tomó. Los cuatro soldados tienen una expresión picara en su mirada, como si planearan algo. En esos pocos segundos pensó mucho si contar todo o no, las promesas entre compañeros combatientes eran un lazo tan fuerte y único, que le partía el corazón revelarla. Pero tampoco se quería enfrentar a mentirle a un superior, nada bueno podría salir de eso.
El secreto que guardaban entre cinco compañeros no era nada incriminatorio ni que involucrara a ningún poder. Los días de la guerra fueron muy hostiles y las carencias no tardaron en llegar. En este grupito de nuevos amigos se encontraba Quique, oriundo de la provincia de Buenos Aires que a diferencia de la mayoría hablaba inglés a la perfección. No tuvieron mejor idea que disfrazarlo de kelper, como se denomina a los isleños, para pasar los controles policiales que habían en la entrada de Puerto Argentino. Allí, cambiaba pesos argentinos por libras malvinenses y haciéndose pasar por un vecino más conseguía comprar alimentos y cigarrillos para sus compañeros.
Nunca nadie se enteró y, aunque no estaba permitido ingresar al pueblo y menos disfrazado, no hubiera sido algo tan terrible de contar para cualquier persona. Pero, como Luis le explicó a Miguel Juarez antes de levantarse de su silla y abandonar la oficina, "solo el que vivió el combate puede entender lo que significa una promesa entre compañeros".
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Los amigos en algún momento entre abril y junio de 1982
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